(Carta de amor).
—
No hubiese creído ni a Dios, por mucho que hubiese bajado aquí para decirme que, en el hueco de una clavícula, me iba a sentir a salvo, después de haber llorado en tantas costillas rotas. Aunque todavía le pregunto si lo merezco de verdad.
Mientras, una boca me besa la frente, una mano se levanta y me acaricia el pelo. No hay crujido seco en las muñecas; no aparece el moretón.
Me hace el amor, y no sé si lloro porque dice que me quiere o porque me acabo de correr. Pero entonces, creo.
Y le amo.
Y perdono; juro que ya no me duele.
—
No hay comentarios:
Publicar un comentario